Yo te sueño sin ser tu dueño, ¡qué osadía la mía!
Diamante en el sol inmerso, joya de estuco y yeso;
besos de azahar que se escapan de tus salones.
Y no puedo olvidarte, aquí en la lejanía;
en esta tierra apartada, rosa cúfica.
Mi nacarada estrella, a ti miro con alma enamorada;
déjame seguir soñando que te tengo, mujer rojiza.
Archivo por día » enero 28th, 2013 «
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Ene
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Caía la tarde y el Maestro no había pronunciado palabra alguna. El discípulo rompió a hablar, algo inquieto:
-Maestro, ¿he hecho algo mal?
A lo que el Maestro respondió:
-Si vas caminando por una senda, y no eres capaz de dirigirte tú mismo, ¿quién lo hará por ti?
El discípulo sonrió y lo abrazó.