Doña Teresa

Doña Teresa parece nórdica, si no fuera porque cuando habla le sale ese acento granadino tan suyo, muy matizado por las eses finales, que le vienen de otra tierra, y esa sonrisa que sólo la da el beber el agua de la tierra, esa agua nuestra que sabe tan rica y tan buena, porque aunque este líquido sea insípido, dile tú a una granadino que el agua de Lanjarón no sabe a nada y ya verás lo que te contesta.Esta señora lleva prendido un clavel blanco en el pecho, en señal de un duelo más oriental que occidental, por la ausencia permanente de su hijo.  Se fue un día para no volver; abrió las ventanas, y aquel ángel emprendió el vuelo.Teresa te mira, pero no mira a nada realmente. Sus ojos están en algún lugar del mundo de Fantasía, con la Emperatriz niña, donde se refugia del dolor que no la deja vivir. Aún así, tiene minutos de vuelta a la realidad, y entonces te obsequia con esa sonrisa fresca y cariñosa, propia de una ninfa o un hada. Ayer me la crucé por la calle, venía de comprarse un bolso para este invierno. Tiene las manos pequeñas, que enfundadas en sus guantes de piel marrón, le dan un aire jovial. Si fuera una flor sería como las de la belcinia, blanca y pura como el agua del torrente, y suave como el vuelo del halcón.  Teresa se ha quedado en algún lugar del pasado, como la señorita Amelia en el cuento de Rubén Darío.  Ella es feliz de ese modo. Que así siga siendo, preciosa belcinia.

Categoría: Obras
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