El discípulo había escuchado hablar de aquel río muchísimas veces. Decían que era grandioso, que según la orilla desde la que lo miraras, las truchas cambiaban de color y de tamaño. Y un buen día, ¡descubrió el río! Loco de contento, acudió a su Maestro, lo cogió del brazo y se lo llevó a que pudiese contemplar aquella maravilla. Una vez frente a él, exclamó:
-¡Mira, Maestro! ¿No es precioso?
-¿Lo crees? ¿Y por qué lo piensas así? ¿Has probado a meter la mano en él?
-¿Cómo?
-Si quieres saber qué es el río para ti, toma contacto con él. Y dime.
El discípulo se acercó a la orilla, se agachó y metió la mano en el agua. Dejó de ser transparente, ya no había peces, y se sintió asqueado.
-¿No vas a beber entonces del río?
-¡Maestro, los hombres del pueblo me mintieron!
-No lo creo. Solamente te contaron la experiencia del río que otros a su vez les habían relatado sobre un río que alguien descubrió una vez.
-¿Y eso qué significa, Maestro?
-Que mientras no entres en contacto con la realidad de las cosas, nunca conseguirás verlas. Sólo verás la idea, pero no será real.