Yo te sueño sin ser tu dueño, ¡qué osadía la mía!
Diamante en el sol inmerso, joya de estuco y yeso;
besos de azahar que se escapan de tus salones.
Y no puedo olvidarte, aquí en la lejanía;
en esta tierra apartada, rosa cúfica.
Mi nacarada estrella, a ti miro con alma enamorada;
déjame seguir soñando que te tengo, mujer rojiza.

Brisas de rosas que embriagan el alma…
Me he perdido en tus jardines verdeantes, he mirado el destello del sol en tus aljibes.
He creído ver antiguos sultanes a la sombra de tus cipreses.
Me he rendido a tu belleza; al lenguaje del agua que serpentea, incesante, rodeando este collar de arbustos en cuello de una dama llamada Alhambra.

¿A quién turba esa mirada tuya tan lánguida?
¿Será cierto que ese sentir tuyo llega a los abismos?
¿Quién ha robado tu sonrisa y la ha teñido de llanto?
Tarde amarga cuyo silencio sólo lo rompe el ir y venir
de tu pluma sobre el papel.

Poetisa del dolor y el sufrimiento, ángel del universo
de este mundo llamado Nada.

Nació en el Sacromonte,
en casa de tío Enrique;
bajo la sombra de un naranjo
y el perfume del macasar.

Desde niña paseaba su hermosura
por la Alcazaba;
con candor entonaba melodías y coplillas,
y aprendía paciente la zambra.

Ella baila y canta,
luce como farolito en la madrugada;
intenso y vivo, nunca se apaga.
No hay traje que mal siente
a esta niña alunarada.
No hay manos que no aplaudan
a esta ninfa de Granada.

Hermosa tierra de ojos negros,
perlas de ébano que miran, danzantes al horizonte.
Arde tu corazón inflamado en fuego, Almería.
Curtida y dorada tu piel aceitunada, Jaén.
Florido y blanco tu patio, Córdoba.
En plata quiero un café, Cádiz.
Brillante y cálido tu manto, Málaga.
Agreste y viva tu sierra, Granada.
Baila y mece el mantón, Sevilla.
Echa a volar tu paraíso, Huelva.

Sangre, raíces, gente.
Arte, sueños, ¡zambra!