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La Luna, Tú y las Estrellas

Es Ella un espejo luminoso, cuajado de perlas y diamantes; un brocado de joyas relucientes, un brillo eterno de belleza. Son Ellas brillantes puntiagudos, pequeñas gotas de magia blanca; miradas de caras iluminadas, flores de destellos nocturnos.
Tú eres y serás por siempre, Luna y Estrellas.

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En el despacho

Es una espera de color salmón tapizada. En la estancia hay paz, la cual aumenta en el despacho de don Manuel. Un despacho armónico, un tanto sobrio y a la vez confortable. Orden y concierto sobre la mesa. Hay luceros celestes y de caramelo. Como estos últimos son los ojos de Manuel. Al pronto parece extranjero. La belleza de este ser humano es interesante y digna de ser retratada. La hermosura le nace de dentro; la bondad sale hacia afuera. Y como es bondadoso, también es inteligente.
Se diría que es un hombre que no pierde un solo detalle, incluso si te pasas la mano por detrás de la espalda para bajarte el jersey. Si fuera un paisaje sería un lago. Si fuese un animal sería un águila real. Si fuese un cuadro sería el Autorretrato de Durero. Si fuese un libro, sería El Camino de Delibes. Entrar al despacho es como pasar al otro lado del espejo. Olvidas, ya no oyes el paso de los minutos en el reloj. Todo parece detenerse. Sólo hay sosiego y mucha claridad. Porque don Manuel irradia luz. Espera de color salmón tapizada, en medio de la serenidad y la tranquilidad.

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El pobrecito

Lino suspira por las esquinas de su propia casa. Lo hace cuando no está su hijo, ni tampoco Estrella. Hoy hay más gentío del habitual. Ha venido la horrenda foca marina, o dicho de otro modo, su suegra. No es que hable mucho, es que lo poco que dice es desagradable como ella. Las arpías de sus cuñadas también están en el escenario, hablando de lo maravillosas que están sus hijas e hijos como rosas salpicadas de rocío. Brillantes, puras, benditas imágenes divinas y regalo del Señor. Lino se pregunta que si hay fuego eterno, que podía caer algo encima de su suegra. Si hay infierno, ésa entrará la primera por la puerta, claro que sí. Pobre Lino, pobrecito. Criatura linda. Qué desgraciado es. Pobrecito, pobre Lino. El santito.

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Rapsodia (Pedro)

Cuando abre la boca el público enmudece. Y sin embargo agacha los ojos cuando mira su foto, como si fuese pecado mirarla, o violase cierta ley sólo escrita para dos espíritus extrañamente afines.
Hay quietud en él, y también languidez. Una suerte de pena grabada en el corazón que casi nadie atiende a ver. Se meten con él porque dice la verdad. Le creen invulnerable, y le llueven críticas por todos lados. Seguramente también les molesta que adore su trabajo y le ponga pasión a sus obras.
El padre de Pedro siempre ha pensado que su hijo mayor no necesita abrazos porque es extremadamente inteligente. Pero lo cierto es que necesitaría que su padre lo jalease alguna vez delante del siempre concurrido auditorio. Lo que Pedro ignora es que su padre se ha endurecido sólo de carcasa, porque en su corazón sigue latiendo y bailando esa llama de amor inflamada hasta el cielo, porque es cierto, y bien lo sabe Dios, que es al que más quiere de los tres.
Tanto es así, que le escribe mensajes y correos, de índole variada, sólo para llamarle la atención.
Lo que quiere decirle a su hijo es que lo ama, pero no encuentra las palabras para hacerlo.
Mira al mar, las barquillas, y respira la brisa mientras camina por el paseo, y ve a su hijo. Lo ve entre las ondas del agua, en la espuma remanente del rompeolas. Lo ve en cualquier sitio. Rezuma en silencio amor de padre.

Algún día, ese padre y ese hijo tendrán que mirarse cara a cara y dejarse de tonterías. El tiempo pasa y hay que decirse las cosas mientras haya vida.

En cuanto a ella, Pedro daría su vida si hiciera falta. Y la otra daría la suya por él.
Pero suena la Rapsodia en azul, y mientras ésta suene, no habrá nada que hacer. Porque el miedo es tan poderoso que domina a los humanos, los hace tambalear, levantarse en lucha, en llantos o en lamento. Siempre para devenir en resultados sin fruto, vacíos.
Hoy hay un retal de seda bañado en lágrimas, que se han escapado queriendo.
Un lucero ya no está tachonado al cielo. Se ha desprendido sollozando y ha ido a parar al mar que el padre de Pedro jamás se cansa de mirar.

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Pufendorf debe esperar

-Mamá.
-Qué.
-Se están acabando los huevos de jirafa. Tienes que comprar más.
-¿Los huevos de qué?
-Jirafa.
Fernanda mira a Enrique al otro lado de la mesa. Se nota quién es dueño de cada extremo. A un lado, dos cucharas de colores, los Smacks de Kellogg’s, Spiderman y la princesa Leia con injerto de cabeza de Darth Vader. Al otro, apuntes casi terminados para los alumnos de primero. Aquino, Hobbes y Pufendorf en vena. Mañana van a salir de los saberes jurídicos hasta la mismísima coronilla.

-Mami.
-Di.
-¿Dónde estará ahora papá?
El crío se acerca al lado de los libros, las agendas, el portátil y el lapicero con plumas Dupont.
-Mamá, tienes que guardar el boli grande en la nevera.
-Sí, pero tú no vayas a tocar esto nunca, ¿me escuchas? Esto es para mamá, que lo necesita.
-Ya lo sé, mi amigo Félix dice que su padre también tiene uno, pero el boli no es azul.
-Es que los diabéticos somos muy chulos, hijo mío.
-Mamá, voy a apuntarte en la pizarra los huevos de jirafa.
-De acuerdo.

Suena un sonido.
-Tienes un mensaje, mamá.
La madre busca el móvil entre el remolino de papeles. Otro sonido le ayuda a encontrarlo de inmediato. Lee el mensaje atentamente. Es Nuria. Quiere que entre a Twitter para seguir a un no sé quién Paz, Gabriel o Miguel.
La llama directamente:
-¿Para qué tengo que seguir a ese hombre?
-Filosofía.
-¿Aún más? Que este año, guapa, tengo cursos de quinto también.
-Tú síguelo, que escribe cosas muy interesantes y te hacen reflexionar.
-Reflexionar deberían hacerlo otros más que yo.
-A ver, abre Twitter.
-Abro Twitter. Aquí te tengo. Seguidores… vale, ya está. ¿UPyD?
-Sí, señora.
-Voté a Olalla.
-Yo también.
-Te dejo, prenda, aún me queda Pufendorf.
-Yo mañana tengo guardia.
-Que te sea leve. Besos.
-Ciao.

Enrique agita la caja de cereales con fuerza. Su madre asiente.
-Hijo mío, ¿no te parece cruel descabezar a Vader y colocarle la cabeza al cuerpo de Leia? ¿Y la cabeza de la chica?
-Estoy haciendo pruebas.
La madre suspira resignada. Pero al rato sonríe. Pufendorf se queda para otra lección. Todos van a salir ganando, excepto la pobre cabeza de Leia y el cuerpo de Darth Vader.

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