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¿La partida?

A mí no me da miedo la muerte. Quien acepta el ciclo vital; que las cosas nacen, pasan y mueren… ¿Por qué ha de resistirse a vivir?

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El río

El discípulo había escuchado hablar de aquel río muchísimas veces. Decían que era grandioso, que según la orilla desde la que lo miraras, las truchas cambiaban de color y de tamaño. Y un buen día, ¡descubrió el río! Loco de contento, acudió a su Maestro, lo cogió del brazo y se lo llevó a que pudiese contemplar aquella maravilla. Una vez frente a él, exclamó:

-¡Mira, Maestro! ¿No es precioso?

-¿Lo crees? ¿Y por qué lo piensas así? ¿Has probado a meter la mano en él?

-¿Cómo?

-Si quieres saber qué es el río para ti, toma contacto con él. Y dime.

El discípulo se acercó a la orilla, se agachó y metió la mano en el agua. Dejó de ser transparente, ya no había peces, y se sintió asqueado.

-¿No vas a beber entonces del río?

-¡Maestro, los hombres del pueblo me mintieron!

-No lo creo. Solamente te contaron la experiencia del río que otros a su vez les habían relatado sobre un río que alguien descubrió una vez.

-¿Y eso qué significa, Maestro?

-Que mientras no entres en contacto con la realidad de las cosas, nunca conseguirás verlas. Sólo verás la idea, pero no será real.

Tony y su legado

Final del túnel

Ésta es, precisamente, la principal causa de los desacuerdos y las divisiones que se dan entre naciones y entre individuos. Tus intereses no coinciden con los míos, y por eso tu pensamiento y tus conclusiones tampoco concuerdan con los míos. ¿Cuántas personas conoces cuya manera de pensar, al menos en ocasiones, se oponga a sus intereses? ¿Cuántas veces has conseguido colocar una barrera insalvable entre los pensamientos que ocupan tu mente y los miedos que se agitan en tu corazón? Cada vez que lo intentes, comprobarás que lo que la clarividencia requiere no son conocimientos o informaciones. Esto se adquiere fácilmente; no así el valor para hacer frente con éxito al miedo y al deseo, porque, en el momento en que temas o desees algo, tu corazón, consciente o inconscientemente, se interpondrá y servirá de obstáculo a tu pensamiento.

Ésta es una consideración para gigantes espirituales que han logrado darse cuenta de que, para encontrar la verdad, lo que necesitan no son formulaciones doctrinales, sino un corazón capaz de renunciar a su programación y a su egoísmo cada vez que el pensamiento se pone en marcha; un corazón que no tenga nada que proteger y nada que ambicionar y que, por consiguiente, deje a la mente vagar sin trabas, libre y sin ningún temor, en busca de la verdad; un corazón que esté siempre dispuesto a aceptar nuevos datos y a cambiar de opinión. Un corazón así acaba convirtiéndose en una lámpara que disipa la oscuridad que envuelve el cuerpo entero de la humanidad. Si todos los seres humanos estuvieran dotados de un corazón semejante, ya no se verían a sí mismos como comunistas o capitalistas, como cristianos, musulmanes o budistas, sino que su propia clarividencia les haría ver que todos sus pensamientos, conceptos y creencias son lámparas apagadas, signos de su ignorancia. Y, al verlo, desaparecerían los límites de sus respectivas charcas, y se verían inundados por el océano que une a todos los seres humanos en la verdad.
(Anthony de Mello)

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El aprendizaje del silencio

Caía la tarde y el Maestro no había pronunciado palabra alguna. El discípulo rompió a hablar, algo inquieto:
-Maestro, ¿he hecho algo mal?
A lo que el Maestro respondió:
-Si vas caminando por una senda, y no eres capaz de dirigirte tú mismo, ¿quién lo hará por ti?
El discípulo sonrió y lo abrazó.

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Ciegos

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Estaba sentado el Maestro a la sombra de un árbol, al caer la tarde. Llegó su discípulo, y se sentó a su lado. Parecía inquieto. El Maestro le pidió que hablase y el discípulo, se quejó de su mala suerte y de lo mucho que le dolía la espalda de tanto cargar fardos para su capataz. Durante un largo rato, el joven arremetió contra todo lo que se le pasó por la mente. Una vez hubo terminado, el Maestro le miró y le preguntó:
-¿Ves el vuelo de los pájaros? Mientras no seas libre jamás podrás volar.
-¿Y cómo puedo ser libre, Maestro?
-Muriendo a ti mismo.
-¡No puedo hacer eso, me pides lo imposible!
-Aún no estás preparado, vuelve mañana.
Y el discípulo se marchó a casa, con su venda puesta.

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