Cuando abre la boca el público enmudece. Y sin embargo agacha los ojos cuando mira su foto, como si fuese pecado mirarla, o violase cierta ley sólo escrita para dos espíritus extrañamente afines.
Hay quietud en él, y también languidez. Una suerte de pena grabada en el corazón que casi nadie atiende a ver. Se meten con él porque dice la verdad. Le creen invulnerable, y le llueven críticas por todos lados. Seguramente también les molesta que adore su trabajo y le ponga pasión a sus obras.
El padre de Pedro siempre ha pensado que su hijo mayor no necesita abrazos porque es extremadamente inteligente. Pero lo cierto es que necesitaría que su padre lo jalease alguna vez delante del siempre concurrido auditorio. Lo que Pedro ignora es que su padre se ha endurecido sólo de carcasa, porque en su corazón sigue latiendo y bailando esa llama de amor inflamada hasta el cielo, porque es cierto, y bien lo sabe Dios, que es al que más quiere de los tres.
Tanto es así, que le escribe mensajes y correos, de índole variada, sólo para llamarle la atención.
Lo que quiere decirle a su hijo es que lo ama, pero no encuentra las palabras para hacerlo.
Mira al mar, las barquillas, y respira la brisa mientras camina por el paseo, y ve a su hijo. Lo ve entre las ondas del agua, en la espuma remanente del rompeolas. Lo ve en cualquier sitio. Rezuma en silencio amor de padre.
Algún día, ese padre y ese hijo tendrán que mirarse cara a cara y dejarse de tonterías. El tiempo pasa y hay que decirse las cosas mientras haya vida.
En cuanto a ella, Pedro daría su vida si hiciera falta. Y la otra daría la suya por él.
Pero suena la Rapsodia en azul, y mientras ésta suene, no habrá nada que hacer. Porque el miedo es tan poderoso que domina a los humanos, los hace tambalear, levantarse en lucha, en llantos o en lamento. Siempre para devenir en resultados sin fruto, vacíos.
Hoy hay un retal de seda bañado en lágrimas, que se han escapado queriendo.
Un lucero ya no está tachonado al cielo. Se ha desprendido sollozando y ha ido a parar al mar que el padre de Pedro jamás se cansa de mirar.